Capítulo 88: El Precio de la Luz

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King’s Landing ya no era un hogar.

Era una tumba congelada.
Silencio.
Escarcha sobre piedra.
Ruinas.

Las calles, vacías.
Las murallas, agrietadas.
Las casas, muertas desde sus cimientos.

No quedaban soldados.
Ni ciudadanos.
Solo ceniza.
Y los últimos vivos… aferrados a ella.

Bajo la Fortaleza Roja, los sobrevivientes se reunieron.
Y no lo hacían para pelear.
Sino para decidir lo imposible.

Estaban desesperados.

Habían visto lo que el Rey de la Noche podía hacer.
Habían visto sus llamas apagarse ante él.
Sus ejércitos romperse.
La magia, fallar.

Y ahora, lo único que querían…
era encontrar una forma, cualquier forma, de acabar con él.

Jon Snow.
Daenerys Targaryen.
Arya Stark.
Samwell Tarly.
Tyrion Lannister.
Sansa Stark.
Ser Davos.
Y el pequeño Jonerys, dormido en brazos de Sansa, ajeno al destino que ardía sobre todos.

No quedaban aliados.
Ni dragones ilesos.
Solo decisiones que dolían como espadas.

Y fue Daenerys quien habló.

No con rabia.
No con esperanza.
Con pérdida.

—He perdido a dos hijos —dijo sin levantar la vista—. Hijos de fuego… y ni siquiera eso bastó.

Un silencio cayó, pesado como ceniza.

—Si los dragones no fueron suficientes… tal vez necesitamos algo más.
Algo más antiguo.
Más profundo.
Más cruel.

Sus palabras no eran teoría.
Eran advertencia.

—La profecía de Azor Ahai… habla de Portadora de Luz. La única arma que puede acabar con esta oscuridad.

💡 Ayuda al lector: Si no conoces la profecía de Azor Ahai y el origen de Portadora de Luz, puedes consultarla en esta página para entender mejor las referencias que se mencionan en la historia.

Su voz no tembló.

—Pero no se forja con acero. Se forja… con sacrificio.

Y entonces miró a Jon.

—Para encenderla, Azor Ahai atravesó el corazón de quien más amaba.

Nadie respiró.

Y todos entendieron.

Jon tendría que matarla.
Solo así surgiría la llama que tal vez pudiera detener al Rey de la Noche.

Sansa se quedó sin aliento.
Arya endureció la mandíbula.
Tyrion bajó los ojos.

Y Jon… solo la miró.

Se puso de pie.

—No —dijo con voz baja, pero de piedra—. No lo aceptaré. No lo haré.
No mientras quede otra opción.

Daenerys no insistió.
Pero no tenía que hacerlo.

Todos sabían que, si no aparecía otra vía… ese sería el final.

Entonces Tyrion habló.

—Tal vez… haya otra forma.

Y, por primera vez en días, una chispa de algo parecido a esperanza brilló en sus ojos.

—Aerys planeaba usarlo. Nunca lo hizo. Pero sigue aquí.
Bajo nuestros pies.

Fuego valyrio.

Antiguo.
Letal.
Y muy real.

—Sellado en cámaras bajo la ciudad —explicó—. Cientos de barriles. Cámaras ocultas. Siguen allí desde la guerra.

—¿Y si lo trasladamos? —sugirió, señalando un mapa polvoriento—. A campo abierto. Alguna llanura al sur. Preparamos una trampa y lo atraemos allí.

Parecía brillante.

Salvar la ciudad.
Destruir al enemigo.

Pero Sam cerró su libro con fuerza.
Y negó con la cabeza.

—No se puede mover. Las cámaras fueron construidas para sellarlo, no transportarlo. Si se toca… explotará.
Ni siquiera los alquimistas de Aerys lo intentaron.

—Está incrustado en los cimientos —añadió Davos—. Bajo nuestras botas.

Todos lo entendieron al instante:

la única forma de usarlo… era aquí.
En el corazón de King’s Landing.

Su detonación borraría todo.

Pero entonces surgió la duda.

—¿Y si no funciona? —preguntó Sam, en voz baja, como si el silencio anterior pudiera romperse con solo pensarlo.

—¿A qué te refieres? —preguntó Davos, aunque en el fondo ya intuía la respuesta.

—El fuego de Drogon no le hizo nada. Lo vimos. Ni una quemadura. Ni una señal. Solo caminó a través de las llamas como si fueran niebla.

Tyrion frunció el ceño.

—Pero esto no es fuego común —insistió—. Es fuego valyrio. Antiguo. Alquimia pura.

—Sí —asintió Sam—, pero nadie sabe si eso basta. No hay registros. Ninguna prueba.

Sansa miró el mapa con el ceño fruncido.

—Entonces… ¿y si arriesgamos todo y no sirve de nada?

Un silencio distinto llenó la sala.
No era el silencio de la resignación.
Era el del miedo a apostar todo… y perderlo.

Jon apretó los puños.

—Solo hay una forma de saberlo —dijo finalmente—.
Intentarlo.

Pero entonces vino lo peor.

—No basta con encenderlo —dijo Sam—.
Requiere una vida.
Un sacrificio.

—¿Una vida? —preguntó Sansa, helada.

—Alguien debe encenderlo desde dentro. En el momento exacto. Cuando el Rey de la Noche esté en el centro de la ciudad.
O no servirá de nada.

En el corazón de la ciudad se encuentra una de las mayores concentraciones de fuego valyrio. Si se activa estando el Rey de la Noche presente, aseguraremos el mayor daño posible contra él.

Todos callaron.

Entonces, como última esperanza, Jon propuso:

—¿Y si usamos a Drogon? Lo suficiente para lanzar fuego desde el aire. Activar una zona preparada.
Sin arriesgar a nadie.

—Una chimenea. Una torre. Algo aislado —sugirió Davos—. Si se hace bien, podría funcionar.

Y por un instante, todos respiraron.
Solo un poco.

Pero Tyrion fue directo.

—La explosión será tan grande… que alcanzará a Drogon.
Y a su jinete.

Ni siquiera desde el cielo escaparían.

El fuego no perdona.

El silencio que siguió fue el peor de todos.
El de no tener opciones.

Arya se puso de pie.

—Yo lo haré.

No hubo dramatismo.
Ni discursos.
Solo una voz firme que rompió el silencio.

No lo decía como quien se ofrece a morir.
Sino como quien sabe lo que hay que hacer… y lo hace.

—Iré por los túneles —continuó—.
Encenderé el fuego valyrio cuando escuche la señal.
Daenerys puede estar con Drogon en lo alto. Cuando vean al Rey de la Noche, Drogon puede golpear la campana del Torreón de Maegor y hacerla sonar.
Cuando suene… sabré que es el momento.

El silencio que siguió fue denso.
Un peso invisible que cayó sobre todos.

Jon se puso de pie de inmediato, con los ojos llenos de furia y espanto.

—No —dijo—. No vas a hacerlo.

Lo dijo como si pudiera detener el mundo con esas palabras.

Pero Arya no lo miró como una hermana.
Lo miró como alguien que ya ha cruzado un umbral del que no se vuelve.

—Soy la única que puede hacerlo —dijo—.
Nadie más en esta sala irá.
Nadie más en el mundo lo haría.
Yo lo haré.

No había orgullo.
Ni tristeza.

Solo certeza.

Davos apretó la mandíbula.
Tyrion cerró los ojos.
Sam no encontró palabras.
Y Sansa… Sansa solo la miraba, inmóvil, como si algo dentro de ella se estuviera rompiendo.

Nadie la detuvo.

Porque todos sabían que, si alguien podía hacerlo… era ella.
Y eso lo hacía aún más insoportable.

Hasta que Sansa, casi en un susurro, habló.

—No tienes que morir —dijo—.
Podemos usar una vela. Una que tarde en arder lo justo para que puedas salir de ahí.
Daenerys puede recogerte en la salida antes de que explote… y salir.

—Con tu agilidad… —añadió Davos, como si de pronto volviera a respirar— podrías tener una oportunidad real.

Arya bajó la mirada.
Guardó silencio.
Y cuando volvió a alzar la vista, su decisión seguía ahí.

—Entonces encenderé la vela… y correré.
Tan rápido como pueda. Hasta el punto de extracción.

—Yo iré con Daenerys —interrumpió Jon—. Si algo sale mal, puedo ayudar.

—Te esperaremos cerca del viejo septo —añadió—. Drogon bajará lo justo para recogerte. Y saldremos antes de que explote.

Sansa asintió con un hilo de esperanza.
Tyrion murmuró:

—Si todo sale bien… no habrá sacrificio.

Y así nació el plan.

No era un plan brillante.
Ni justo.
Ni seguro.

Pero era el mejor que tenían.

Y mientras la sala se quedaba en silencio…
la profecía seguía allí.
Inmóvil.
Inquebrantable.

Azor Ahai.
Portadora de Luz.
El sacrificio.

El corazón de su amada.

Pero Jon no lo aceptaba.
No mientras existiera otra forma.

Y ahora, esa forma tenía un nombre:

Arya Stark.

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