Y entonces, llegó el día.
El cielo no se aclaró. No hubo amanecer, ni canto de aves. Solo una luz gris, enfermiza, que se filtraba entre las nubes como si el sol también hubiese huido.
Desde más allá de las murallas heladas y los ríos detenidos, llegó la bruma.
No traía viento ni sonido. Solo quietud. Y muerte.
El ejercito de muertos avanzaba. A su paso, el mundo enmudecía.
Cientos. Miles. No corrían ni gritaban. Solo caminaban. Imparables.
King’s Landing los esperaba.
La ciudad estaba en silencio.
No un silencio natural, de calma o paz. Era un vacío antinatural, espeso, como si el aire mismo se negara a moverse. King's Landing había sido muchas cosas: capital, campo de batalla, símbolo de poder. Ahora, solo era una trampa. Fría. Vacía. Letal.
Bajo tierra, entre túneles derrumbados, Arya Stark avanzaba sola. El rostro cubierto con ceniza y escarcha, el cuerpo ceñido a la pared. Cada paso era una decisión. Cada sombra, una amenaza.
Ella llevaba la vela. Había sido preparada por Sam y Tyrion con una precisión enfermiza. Su longitud había sido calculada al segundo. El grosor, medido al milímetro. Ardería justo el tiempo necesario para darle una posibilidad de escapar.
Solo una.
En la superficie, sobre las alturas rotas de la Fortaleza Roja, Jon y Daenerys esperaban junto a Drogon. El dragón descansaba con dificultad, herido, sus alas temblando con cada ráfaga de viento helado. Desde allí, la ciudad se extendía como un cadáver abierto: calles vacías, casas congeladas, templos desplomados.
El enemigo aún no había llegado.
Pero lo haría.
Ambos sabían que todo dependía de lo que ocurriera en los próximos minutos. Una oportunidad. Un error. Una chispa.
Mientras tanto, en la bahía, un barco oculto entre las nieblas con vista a la ciudad flotaba en silencio. A bordo, Tyrion, Sansa, Sam, Ser Davos y el pequeño Jonerys aguardaban sin hablar. El bebe dormía, ajeno al destino que colgaba sobre todos ellos.
Ahora, todo dependía de que el Rey de la Noche entrara en la ciudad.
El cielo estaba gris. El aire, inmóvil. Desde las alturas de la Fortaleza Roja, Daenerys y Jon observaban en silencio.
Entonces, lo vieron. Hordas de espectros comenzaban a entrar por los portones derrumbados, cruzando los campos exteriores como una sombra devoradora. Criaturas deformes, arañas de hielo, esqueletos de gigantes. Todo avanzaba hacia el centro.
Pero no el Rey de la Noche.
Esperaron. Y siguieron esperando. Los muertos avanzaban cada vez más. Demasiado. Si llegaban hasta los túneles y sótanos donde Arya se escondía, podrían destruir los barriles o detonar todo antes de tiempo.
—No está —murmuró Jon, con el ceño fruncido—. ¿Por qué no aparece?
—Quizá sabe que es una trampa —respondió Daenerys, tensa, con la vista fija en las calles heladas.
El tiempo corría. Y con cada segundo, los espectros estaban más cerca del sótano.
Entonces Daenerys lo decidió.
—Tengo que obligarlo a salir —dijo, con los ojos fijos al frente—. Si ve a Drogon, si ve que estamos atacando directamente… se mostrará.
—Está lleno de espectros ahí abajo —advirtió Jon—. Drogon está herido. No puede aguantar mucho.
—No importa. No puedo quedarme aquí viendo cómo todo se pierde. No ahora.
—Entonces voy contigo —dijo Jon, sin dudar.
Ambos subieron al lomo de Drogon. El dragón rugió con fuerza mientras descendía por las ruinas de la ciudad, abriendo un sendero de fuego entre la horda de muertos. Las criaturas comenzaron a girarse, a levantar la cabeza, a prepararse para atacar.
Drogon lanzaba llamaradas contra torres y construcciones derruidas, evitando cuidadosamente cualquier zona cercana al fuego valyrio. No buscaban detonar la trampa antes de tiempo, solo atraer a los espectros y obligar al Rey de la Noche a salir de su escondite.
No era aún el momento de tocar el fuego valyrio.
Solo ganar tiempo.
Separar a los muertos.
Forzar al Rey de la Noche a mostrarse.
Y por un instante… pareció funcionar.
—Están cayendo en la trampa —murmuró Daenerys, con los ojos fijos en las calles—. Se están concentrando… justo donde queremos.
Desde las alturas, Jon veía los accesos a los túneles despejados. Los muertos no retrocedían, pero ahora estaban enfocados en otra presa: ellos.
Drogon giraba en círculos entre torres caídas, llamando la atención de cada espectro con su rugido y su fuego.
Y, sin embargo…
—¿Lo ves? —preguntó Jon—. Él… ¿dónde está?
—Debe estar cerca. Esto es justo lo que quería. Nos está observando.
El frío se hizo más denso. La nieve caía más lenta. El silencio se volvió insoportable.
Entonces, desde las ruinas del antiguo Gran Septo, algo emergió.
No era el Rey de la Noche.
Era peor.
Una araña de hielo, gigantesca, de patas afiladas como cuchillas y múltiples ojos azules. Su cuerpo era una cúpula de hielo vivo. Su aliento, escarcha.
Lanzó una red congelada con violencia. Drogon la esquivó, pero en el movimiento forzado giró en falso. Una segunda red alcanzó su ala izquierda, adhiriéndose como cristal ardiente. El dragón rugió, desequilibrado.
—¡Sujétate! —gritó Daenerys.
Drogon intentó elevarse, pero una lanza de hielo, lanzada desde el suelo, le alcanzó en el muslo trasero. Fue demasiado.
El dragón soltó un rugido de dolor tan desgarrador y poderoso que resonó por toda King's Landing. El sonido atravesó las ruinas, los túneles subterráneos, llegó hasta la bahía donde estaba el barco, y retumbó contra las montañas distantes como el lamento de una bestia antigua herida de muerte.
El monstruo cayó en picado. Las alas se cerraron. El fuego se apagó. La ciudad se volvió un borrón mientras descendían. Jon abrazó a Daenerys con fuerza, sabiendo que no había nada que pudieran hacer más que resistir el impacto.
El dragón se estrelló contra los restos de la Fortaleza Roja. La explosión de escombros y fuego retumbó por toda la ciudad. Fragmentos de piedra y metal salieron volando. Las columnas colapsaron. La nieve se tiñó de ceniza.
Desde la bahía, Tyrion observó horrorizado.
El plan dependía de que Drogon los sacara volando antes de la detonación. Ahora… estaban atrapados.
—No... —murmuró Tyrion, sin aire.
Bajo tierra, entre sombras y piedras húmedas, Arya escuchó el rugido.
No era un llamado.
Era una despedida.
La señal acordada nunca llegó. No hubo campana. Solo incertidumbre. Solo silencio.
Frente a ella, la vela la esperaba, inmóvil. Frágil. Letal.
Bastaba con prenderla… y correr.
Pero algo no encajaba.
¿Era este el momento?
¿Era demasiado pronto?
¿Estaban Jon y Daenerys a salvo?
¿Había llegado el Rey de la Noche?
No lo sabía.
Nadie lo sabía.
Solo silencio.
Solo incertidumbre.
Solo ella… y la llama aún dormida.