Capítulo 91: La Batalla en la Sala del Trono

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El impacto había sido brutal. Drogon, herido, se estrelló contra la Fortaleza Roja abriendo un cráter de piedra, polvo y fuego apagado. El mundo entero pareció romperse.

Dentro del salón del trono, convertido en ruinas por el golpe, Daenerys y Jon yacían malheridos entre restos de columnas caídas, fragmentos del techo y hielo quebrado. Drogon, tumbado junto a la entrada, jadeaba con dificultad, su aliento saliendo en espirales humeantes. Aún estaba vivo, pero apenas.

Daenerys abrió los ojos entre la escarcha y el polvo. Se arrastró hasta una pared agrietada, con una pierna sangrante que apenas podía mover. Al otro lado del salón, Jon también comenzaba a incorporarse, tambaleante y aturdido.

El salón estaba helado, pero junto al trono, un único brasero seguía encendido. Sus brasas temblaban con vida propia, como si resistieran por orgullo. Jon, al ver a Daenerys arrastrarse, corrió hacia ella cojeando, ayudándola a llegar junto al calor del brasero.

El fuego del brasero irradiaba un calor reconfortante que lograba derretir la nieve que caía constantemente desde las grietas del techo destruido. Alrededor de las llamas se había formado un charco de agua tibia, el único refugio contra el frío despiadado que invadía cada rincón del salón en ruinas.

Sus respiraciones eran irregulares, convertidas en nubes blancas. El silencio era tenso. El mundo se les caía encima.

Y entonces, un sonido cortó la calma: el crujido seco del hielo. Las antorchas se apagaron una a una, como si algo las devorara.

Los Caminantes Blancos habían llegado.

Ingresaron en fila, cruzando las puertas abiertas por el derrumbe. Drogon, débil pero aún desafiante, levantó la cabeza. Con un rugido lastimero, lanzó una columna de fuego que arrasó a todos los enemigos que venían. Pero el esfuerzo fue demasiado. Las llamas se apagaron, y su cuerpo tembló. No podía más.

Cuando el fuego se desvaneció y el humo se disipó, solo una figura permaneció en pie entre los restos calcinados. Inmóvil. Intacta. Imperturbable.

Y entonces, él apareció.

El Rey de la Noche caminó sobre los restos de piedra y fuego como un dios antiguo. El hielo se formaba a su paso. El frío se adensaba tanto que hasta la piedra crujía. Su presencia robaba el aliento y hacía vibrar los huesos.

Sin embargo, Jon vio su oportunidad. El ataque de fuego de Drogon había eliminado a todos los Caminantes Blancos que acompañaban al Rey de la Noche, dejándolo completamente solo en el salón. Sin guardias, sin protección. Era ahora o nunca. Con Garra firmemente empuñada, se lanzó hacia adelante con toda la determinación que le quedaba. Su espada de acero valyrio centelleaba en la penumbra helada.

Con un gesto lento y fluido, como un río helado, el Rey de la Noche desenvainó su espada de hielo. Jon avanzó sin dudar, un grito de rabia en la garganta. El primer choque de espadas fue como un relámpago atrapado entre fuego y escarcha: violento, absoluto.

El salón entero tembló. El choque de acero contra hielo no solo fue sonoro, fue elemental. Las brasas del último brasero se agitaron con furia, y las paredes heladas del salón del trono soltaron un lamento grave, como si la piedra sintiera miedo.

El Rey de la Noche atacaba con precisión quirúrgica, su estilo era como un arte antiguo, perfecto, imposible de leer. Cada golpe tenía el peso de los siglos. Jon resistía, retrocediendo paso a paso, bloqueando con todo su cuerpo, sus músculos al límite. Sabía que no podía ganar por fuerza: debía sobrevivir por ritmo, por corazón, por furia.

Saltaron por encima de los escombros, giraron entre columnas. El Rey era rápido, más de lo que parecía posible. Su espada silbaba por el aire dejando estelas de escarcha, cortando el vapor mismo del aliento de Jon.

Jon rodó bajo un tajo vertical que habría partido una roca en dos, y contraatacó con una serie de golpes en diagonal, buscando desequilibrarlo. Pero el Rey no se desequilibraba. Retrocedía con elegancia sobrenatural, su capa flotando como sombra sólida. Cada estocada de Jon era desviada, cada finta leída, cada intento, frustrado.

Una vez, Jon logró rozarle el brazo. Solo un rasguño. Pero el impacto de *Garra* dejó una grieta blanca en la armadura. El Rey giró su cabeza hacia la herida con leve curiosidad... No de emoción. Sino como quien observa a un insecto picar antes de morir.

La temperatura bajaba con cada minuto. El suelo crujía de escarcha. Las paredes sudaban hielo. Jon comenzaba a jadear. No por miedo, sino por esfuerzo puro. Su brazo dolía. La empuñadura de Garra se le resbalaba entre los dedos entumecidos. El frío no venía del ambiente. Venía del Rey.

Entonces, el Rey lo empujó con una onda de choque helada. No lo tocó. Solo alzó la mano abierta y Jon salió disparado contra un muro. Cayó de rodillas. Tosió sangre. El hielo se pegaba a su piel. Su visión se nublaba. Pero se levantó. Siempre se levantaba.

Con un rugido de puro instinto, volvió a cargar. Esta vez el Rey se quedó quieto. Lo esperaba. Y cuando sus espadas se encontraron, la explosión de energía congeló el aire alrededor. Solo el sonido de sus espadas llenaba el mundo.

Jon empezó a adaptarse. No podía igualar la precisión del Rey, pero podía resistirla. Empezó a moverse con menos impulso y más cálculo. Leía los movimientos. Esperaba los ángulos. Sabía que si fallaba una sola vez, moriría. Y aun así, encontró ritmo. Un golpe. Otro. Una esquiva. Una contra. Estaba luchando no como un caballero, sino como un lobo contra una tormenta.

Durante un instante eterno, pelearon como iguales. Hielo contra acero valyrio. Antiguo contra humano. El Rey levantó su espada por encima de la cabeza, y Jon lo anticipó. Giró sobre su pie derecho y deslizó Garra en diagonal, como un tajo desesperado.

Garra se hundió en el pecho del monarca de hielo.

El mundo se detuvo.

El acero valyrio había penetrado profundamente, atravesando la armadura de hielo como si fuera papel. El Rey de la Noche se quedó inmóvil, sus ojos azules fijos en Jon. Las chispas de escarcha comenzaron a caer desde la herida como copos de nieve ardiente.

Daenerys se incorporó desde el trono, sus ojos violetas brillando intensamente.

Jon empujó la espada más profundo. El Rey seguía inmóvil. Las chispas de escarcha se intensificaron.

Y entonces, lentamente, el Rey de la Noche bajó la mirada hacia la espada clavada en su pecho. Sin una expresión, sin dolor, sin sorpresa. Solo una observación fría e indiferente, como quien mira una hoja caída sobre su hombro.

Un frío sobrenatural comenzó a recorrer la hoja, congelando la mano de Jon hasta el hueso. Con un grito ahogado de dolor y horror, soltó la empuñadura. El Rey de la Noche, con una calma que dolía, sacó la espada de su cuerpo y la arrojó lejos como si fuera un mero inconveniente.

La herida en su pecho se cerró con un crujido de hielo reformándose.

Jon comprendió con horror la terrible verdad: el Rey de la Noche no era como los otros Caminantes Blancos. Mientras que el acero valyrio podía destruir a cualquier espectro o general de hielo al contacto, este ser ancestral poseía un poder que trascendía tales armas mortales. Era algo más primordial, más absoluto. Se necesitaría de un poder mucho mayor para vencerlo. Tal vez algo más místico.

El Rey de la Noche levantó su espada para el golpe final. Jon estaba indefenso, con la mano congelada, sin poder defenderse. Era el fin.

Por un segundo eterno, Jon recordó la cueva con Ygritte, la nieve cayendo sobre el Muro, la mirada de su padre antes de partir. Todo eso parecía ahora ajeno, distante, como si nunca le hubiera pertenecido. El frío le arrancaba no solo el aliento, sino los recuerdos. Morir aquí no era caer en batalla… era desvanecerse en la nada.

Pero una flecha de Vidriagón silbó en la penumbra, impactando en la armadura del Rey de la Noche. Luego otra. Arya había aparecido desde una entrada lateral del salón, disparando con precisión desde las sombras. Las flechas no lo destruyeron, pero hicieron tambalear al Rey, lo suficiente para que Jon se alejara y recuperara su arma.

Jon retrocedió hasta donde estaba Daenerys, su mirada confusa por no saber qué hacer a continuación, pero la batalla no había terminado.

Como una pesadilla sin descanso, más Caminantes Blancos comenzaron a llegar. Docenas de ellos, ingresando por la entrada principal del salón, siguiendo el mismo camino que la primera oleada. El sonido de sus pasos era como el crujir de huesos bajo el hielo. Eran incontables, una marea imparable de muerte helada.

Arya se adentró en la sala, haciendo lo posible por evitar que se acercaran. Disparaba flecha tras flecha de Vidriagón, cada proyectil encontrando su blanco mortal. Cada flecha que lanzaba era un espectro menos, los Caminantes Blancos desintegrándose en explosiones de hielo cristalino. Pero eran demasiados, muchísimos, incontables. El aire vibraba de tensión mientras su carcaj se vaciaba rápidamente.

Cuando Arya se quedó sin flechas y los espectros restantes seguían ingresando, Drogon, viendo la oleada mortal que se acercaba a sus compañeros, reunió sus últimas fuerzas. Con un rugido desgarrador que parecía surgir desde lo más profundo de su ser, se incorporó tambaleante. Sus alas, rotas y sangrantes, se extendieron una última vez. El gran dragón inhaló profundamente, su pecho hinchándose con el esfuerzo.

Una columna de fuego dorado brotó de sus fauces, más brillante y feroz que nunca. La llamarada arrasó con todos los Caminantes Blancos restantes, desintegrándolos en una explosión de luz y calor que limpió completamente el salón. Todos menos uno. El Rey de la Noche permaneció intacto entre las llamas, inmune al fuego de dragón, su figura inmóvil como una estatua de hielo eterno. Pero el esfuerzo fue devastador para Drogon. Se desplomó, jadeando, su cuerpo convulsionándose mientras el último aliento de fuego se desvanecía en sus labios.

El aire se llenó de humo denso y vapor ardiente. Las llamas habían creado una cortina espesa que envolvía todo el salón, haciendo imposible ver más allá de unos pocos metros. Jon entrecerró los ojos, tratando de divisar algo entre la neblina. Arya se cubrió la boca, tosiendo por el humo acre que llenaba sus pulmones. Daenerys, desde el trono, solo podía distinguir sombras borrosas moviéndose en la penumbra.

Cuando finalmente el humo comenzó a disiparse y el vapor se aclaró, la terrible realidad se reveló ante sus ojos. El Rey de la Noche ya estaba junto a Drogon, observando al dragón caído con esa indiferencia helada que lo caracterizaba. Aprovechó que Drogon estaba completamente agotado e indefenso para acercarse lo suficiente. Jon intentó moverse, Arya levantó su arco, pero ya no tenían flechas y la distancia era demasiada. No había forma de detenerlo. Era demasiado tarde.

Con una calma terrible, el Rey de la Noche alzó su espada de hielo sobre el cuello del dragón. Drogon levantó la cabeza una última vez, sus ojos dorados encontrándose con los de Daenerys al otro lado del salón.

"¡NO!" El grito desgarrado de Daenerys resonó por toda la sala, un lamento que parecía desgarrar el aire mismo.

La espada de hielo se hundió lentamente en el cuello del dragón. Drogon emitió un gemido final, un sonido que era parte rugido, parte suspiro. Sus ojos se apagaron, y el gran cuerpo que había surcado los cielos se quedó inmóvil para siempre.

Daenerys se derrumbó contra el trono, las lágrimas congelándose en sus mejillas antes de poder caer. Jon y Arya permanecieron en silencio, testigos impotentes de una ejecución que partía el alma.

Nadie habló. Solo quedaba el Rey de la Noche, aún de pie. Invencible. Inhumano.

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