Capítulo 92: El último calor

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El Salón del Trono había dejado de ser un símbolo de poder y gloria. Ahora parecía una catedral en ruinas, profanada por el invierno: las columnas agrietadas cubiertas de escarcha, el techo colapsado en varios tramos por los embates de dragones y gigantes, fragmentos de piedra dispersos como huesos sobre las losas heladas, y nieve que caía lenta y constante desde las grietas superiores.

Y entre todo eso, yacía el cuerpo de Drogon.

Inmenso. Inmóvil. La herida en su cuello era una línea oscura y terrible, de donde aún brotaba sangre dorada que se mezclaba con la escarcha, creando charcos que humeaban y se congelaban en patrones extraños. Sus alas estaban plegadas en una posición antinatural, como si hubiera intentado protegerse en sus últimos momentos.

Daenerys apenas podía mantenerse en pie. Su pierna herida temblaba con cada respiración, y su cuerpo entero parecía una extensión del dolor que la desgarraba por dentro. Frente a ella, al otro lado del salón destruido, yacía el cuerpo de Drogon. El Rey de la Noche estaba de pie junto a él, como un cazador orgulloso de su trofeo.

El grito de Daenerys no fue un sonido humano. Fue un lamento primitivo, cortado por la rabia y el desgarro, un eco que retumbó por todo el Salón del Trono. Su voz rompió el silencio como un trueno ahogado:

—¡Mi hijo! —rugió—. ¡Él era mi hijo!

Trató de dar un paso hacia el cuerpo, pero su pierna cedió y casi cae. Jon la sostuvo por el brazo, pero ella lo apartó con una fuerza rabiosa nacida del dolor.

—¡Y lo mató… como si fuera nada! —gritó, sus ojos fijos en la criatura de hielo al fondo—. ¡Como si yo no fuera nada!

Sus lágrimas no se congelaban esta vez. Estaban demasiado calientes. Su rabia ardía por encima del frío.

—Tu espada no funcionó… —dijo con amargura, mirando a Jon—. El vidriagón tampoco… ¡nada sirve!

Jon intentó hablar, pero ella no lo dejó.

—¿No lo ves? ¡Nos va a matar a todos! —jadeó—. Como a él. Como a todos los demás. A menos que…

Su voz se fue apagando, pero sus ojos comenzaron a cambiar. No perdieron el dolor, pero ganaron claridad… y una terrible resolución.

—La profecía… —susurró, temblando—. Azor Ahai. Portadora de Luz. Nissa Nissa…

Jon negó con la cabeza, asustado por el cambio en ella.

—Dany, no...

—¡Es la única forma! —gritó ella, agarrándolo por los hombros—. ¿No lo ves? ¡Él nos lo mostró! ¡Con su sangre! ¡Con su fuego apagado!

Jon respondió con desesperación, intentando apartarla:

—¡Dany, para! ¡Estás en shock!

Pero ella no lo soltaba, sus uñas clavándose en sus hombros:

—¡No estoy en shock! ¡Estoy viendo la verdad! —Su voz se quebró—. ¡Él lo hizo delante de mí! ¡Y yo no pude hacer nada!

Las lágrimas corrían libremente por su rostro ahora, mezclándose con la desesperación:

—Pero puedo hacer algo ahora. Puedo asegurarme de que esto signifique algo. —Su agarre se aflojó ligeramente—. Tu espada... si me atraviesa... será lo que necesitamos.

—¡No! —gritó Jon, tomándola por las muñecas—. ¡No voy a matarte!

—¡Entonces nadie se salvará! —le gritó de vuelta—. ¡Como él! ¡Como todos los que ya perdimos!

Su voz se volvió más suplicante, pero aún desesperada:

—Jon... por favor... es la única forma de que su sacrificio valga. La única forma de que no haya sido en vano.

Jon alzó por fin la mirada, y vio en sus ojos no determinación, sino dolor salvaje y desesperación pura.

—Dany, escúchame...

—¡No! —lo interrumpió, temblando de rabia y dolor—. ¡Tú escúchame! ¡Lo vi caer! ¡Vi cómo ese monstruo lo atravesó como si no importara!

Se llevó las manos al pecho, como si el dolor físico pudiera aliviar el emocional:

—Siento como si me hubieran arrancado el corazón. Como si una parte de mí hubiera sido desgarrada. Pero si eso puede crear Portadora de Luz... si puede darnos la espada que lo destruya...

Su voz se volvió un susurro desesperado:

—Entonces tal vez... tal vez pueda soportarlo.

—Tiene que haber otra forma —murmuró Jon, aunque su voz ya no sonaba tan segura.

—¿Cuál? —le preguntó, con la voz hecha pedazos, como si ya no esperara respuesta—. ¿El fuego valyrio?

Jon la miró, sorprendido de que hubiera pensado en eso.

—Eso nos mataría a nosotros también —murmuró Jon.

—¡Exactamente! —gritó ella con amargura—. ¡Sí, destruiría toda la ciudad, nos mataría a todos, y ni siquiera sabemos si eso sería suficiente para matarlo! ¡Viste cómo resistió el fuego de dragón! ¿Qué nos hace pensar que el fuego valyrio será diferente?

Sus ojos se llenaron de lágrimas de frustración:

—¿No lo ves? He pensado en todo. En cada maldita opción. El fuego valyrio es demasiado arriesgado, demasiado... incierto. Pero la profecía... la profecía nos promete una espada que SÍ puede matarlo. Portadora de Luz. La espada que está destinada a destruir la oscuridad.

Miró hacia el cuerpo de Drogon una vez más, y cuando volvió sus ojos hacia Jon, había en ellos una desesperación que lo partía en dos:

—Es esta. Es la profecía. Es mi sacrificio.

—Por favor... no dejes que todo esto haya sido en vano.

Jon tragó saliva con dificultad. Sus manos temblaban; el peso de la espada era nada comparado con el peso de la profecía. El conocimiento de que ella tenía razón era como un veneno corriendo por sus venas.

—Tiene que haber otra forma —susurró desesperadamente—. Tiene que haberla.

—No la hay —respondió ella con un hilo de voz—. Y ambos lo sabemos.

—Hazlo ahora, antes de que...

Pero no terminó la frase. Porque fue entonces cuando lo sintieron.

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