Capítulo 93: El frío absoluto

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El aire cambió. Un escalofrío profundo, distinto, como si algo invisible los mirara desde la oscuridad. Las llamas de las antorchas parpadearon, inclinándose hacia el suelo, débiles, casi suplicando por sobrevivir.

Jon y Daenerys giraron la cabeza al unísono. Allí, al final del salón, emergiendo de las sombras más densas, estaba él. El Rey de la Noche. Erguido, inmóvil, con su armadura de escarcha resquebrajada y sus ojos azules brillando como agujas de hielo. En su mera presencia había algo que robaba el aliento, como si devorara la esperanza misma con solo existir.

Jon sintió un escalofrío recorrerle la columna, y su respiración se convirtió en una serie de jadeos breves y blancos. Daenerys apretó su mano aún más fuerte, pero no dijo nada. No hacía falta.

El Rey de la Noche levantó lentamente las manos, con una gracia macabra, las antorchas gimieron. El brasero finalmente se apagó y soltó una columna de humo negro. El frío se adensó, casi sólido.

Y entonces… el silencio fue absoluto. La tormenta de nieve se intensificó, cayendo más densa y violenta a través de las grietas del techo, como si el mismo invierno respondiera a la presencia de su señor. Y sintieron que la muerte los rodeaba.

El Rey de la Noche no dijo nada. Nunca decía nada. Solo levantó las manos, despacio, como quien convoca fuerzas que nadie más entiende.

El aire cambió al instante. Se volvió denso, sólido, tan frío que dolía respirarlo. Las sombras del salón se estiraron y deformaron, como si intentaran huir.

Jon mantenía la mirada fija en él. En esos ojos azules que dolían de mirar. Sus dedos se clavaron en la empuñadura de la espada, y su aliento blanco se deshacía frente a él. No pestañeaba. No parpadeaba. Solo un lobo frente a su depredador.

Todas las antorchas se encogieron, temblaron y se apagaron una a una, con un susurro triste, dejando hebras de humo que se perdían en la escarcha.

El brasero ya era inútil. El círculo de calor que los protegía se encogía a cada segundo.

Las paredes crujían, un gemido profundo y hueco que llenaba el salón. Las lágrimas en sus pestañas se congelaban antes de caer.

Jon no se movía. Toda su atención seguía atrapada por esa figura inmóvil, el terror y la furia anudados en su garganta.

Pero entonces, a su lado, Daenerys bajó la mirada. Y algo en su expresión cambió.

Su respiración se cortó un segundo. Los ojos se abrieron apenas más, sorprendidos y helados. El charco oscuro bajo sus pies ya no era agua. Una red de grietas lo atravesaba, resplandeciendo con destellos pálidos, como si la superficie estuviera a punto de romperse y tragarlos. El hielo trepaba por sus botas, anclándola, extendiéndose como garras de cristal.

Levantó la vista hacia él, los labios temblando.

—Jon… —susurró, un hilo de voz quebrado, y su aliento se deshizo en la helada.

Solo entonces Jon bajó la mirada. Y lo vio.

El charco ya no era un espejo oscuro, sino un campo de grietas que latían con un fulgor blanco. Las fracturas se extendían rápidamente, zumbando, como si un corazón monstruoso latiera bajo sus pies, listo para romper su prisión.

Instintivamente intentó moverse. Quiso apartar los pies, dar un paso atrás. Pero cuando lo hizo, sintió el hielo sujetándolo, firme y cruel, como grilletes invisibles que ya lo habían reclamado.

Y fue demasiado tarde, en lo profundo, bajo sus pies, algo se despertó.

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