Los escalones de piedra parecían no tener fin. Jon bajaba apoyado en la pared helada, su costado herido sangrando y entumecido, cada paso un suplicio. A su lado, Arya lo sujetaba con fuerza por el brazo, evitando que cayera.
Su respiración era rápida, blanca, pero su mirada seguía fija al frente, decidida.
El sótano era oscuro y frío, con el techo bajo y pesado sobre ellos. Las sombras de los huesos de dragones cubrían las paredes, largas y retorcidas como garras que nunca escaparon del fuego.
Hasta donde alcanzaba la vista, cientos de barriles de fuego valyrio se extendían por el vasto sótano, brillando débilmente con un verde ominoso, aguardando su momento. Tal vez miles, si se contaban los que aún yacían en cámaras olvidadas por toda King's Landing. Suficiente para reducir la ciudad entera a cenizas.
Jon se detuvo, jadeando, y miró alrededor. El frío ya se filtraba por las grietas del techo. Su aliento salía en nubes breves y dolientes. Sabía que quedaba muy poco tiempo.
Ya no había profecía. No había Portadora de Luz. El Rey de la Noche había arrancado esa posibilidad. Jon ya no creía en destinos, ni en héroes. Solo en esto: una última oportunidad de hacer algo que importara.
—Arya… —murmuró, con voz ronca—. Revisa la salida.
Ella lo miró, frunciendo el ceño, desconfiada. Dudó. Pero obedeció. Caminó hasta la gran puerta de hierro al fondo del sótano, las bisagras cubiertas de escarcha. Probó la rendija con la daga, y la cerradura cedió. El hielo se quebró bajo su hoja.
—Todavía se abre —informó, sin girarse.
En ese mismo instante, Jon, con un esfuerzo brutal, la empujó con el hombro. Arya perdió el equilibrio y cruzó el umbral. Apenas sus pies tocaron el otro lado, él tiró de la pesada hoja de hierro y la cerró con un estrépito metálico.
Ella reaccionó de inmediato, golpeando la puerta con ambas manos.
—¡No! —gritó, la voz cargada de furia, de terror—. ¡Jon!
Jon apoyó la frente en la rejilla del portón, sus dedos crispados en los barrotes.
—Tienes que irte —dijo, su respiración empañando el metal.
—¡No sin ti! —replicó Arya, con la voz rota—. ¡No me dejes aquí!
Jon cerró los ojos. Sentía la herida arder, sentía cómo el frío lo reclamaba. Pero nada dolía más que verla ahí. Tan cerca. Tan imposible.
—Arya… —susurró, apenas un aliento—. Tú aún puedes salvarte.
Ella negó con fuerza, los nudillos blancos sobre el hierro.
—¡No! No sin ti.
Jon alzó la vista hacia ella, y sus ojos ardían de todo lo que no sabía cómo decir.
—Escúchame —dijo, firme—. Tú todavía tienes un futuro. Un largo camino. Pero solo si sales ahora.
—¿Y tú… qué? —preguntó Arya, rota.
Jon esbozó una débil sonrisa.
—¿Recuerdas cuando te di a Aguja? —murmuró—. Lo hice para que aprendieras a pelear. Para que resistieras.
Hizo una pausa.
—Ahora te doy algo más.
—Te doy mi vida.
Bajó la voz, y sus palabras cayeron como espadas:
—No me hagas pedirlo otra vez.
—Vete.
—Corre.
—Vive.
—Por los dos.
Arya lo miró, con los labios temblando, los ojos húmedos. Y en esa última mirada lo odió. Lo odió por empujarla, por encerrarla, por decidir solo. Pero también lo amó. Como solo se ama a quien está a punto de morir por ti. Y lo supo. Lo supo sin que él lo dijera: que no volverían a verse, que él ya era una sombra caminando hacia el fin. Y Jon… Jon la miró como si esa fuera la última imagen que quería llevarse al otro mundo. Como si en ella encontrara todo lo que había valido la pena vivir. Ni uno pestañeó. Ni uno parpadeó. Ambos sabían lo que venía.
Y entonces lo oyeron.
Un crujido. No de escarcha, sino de pasos. Garras arrastrándose. Respiraciones que no eran humanas.
Las criaturas se acercaban.
Jon dio un paso atrás, hacia la oscuridad.
—Corre… —fue lo último que dijo.
Ella apoyó la frente en la rejilla, apretando los dientes mientras las lágrimas le resbalaban por el rostro. Sus manos se aferraron al hierro… y luego lo soltaron.
Y corrió.
Se lanzó al túnel sin mirar atrás, los pies golpeando la piedra, la respiración entrecortada, las lágrimas congelándose en sus mejillas. Corrió con rabia. Con dolor. Con culpa. Y con el eco de su hermano, su sombra, su sacrificio… persiguiéndola para siempre.