Capítulo 95: La despedida

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Los escalones de piedra parecían no tener fin. Jon bajaba apoyado en la pared helada, su costado herido sangrando y entumecido, cada paso un suplicio. A su lado, Arya lo sujetaba con fuerza por el brazo, evitando que cayera.

Su respiración era rápida, blanca, pero su mirada seguía fija al frente, decidida.

Al llegar al pie de las escaleras, el sótano se abría en una vasta sala oscura, con el techo bajo y pesado sobre ellos.

A la derecha, cientos de barriles de fuego valyrio se alineaban hasta perderse en la penumbra, brillando con un verde ominoso. Tal vez miles, si se contaban los que yacían en otras cámaras olvidadas de King's Landing. Suficiente para reducir la ciudad a cenizas.

A la izquierda, muy cerca de las escaleras, se alzaba una gran puerta de hierro empotrada en el muro lateral. Tras ella, un pasillo angosto descendía hacia la costa, hacia la salida. El aire que escapaba por la rendija estaba cubierto de escarcha: la amenaza estaba cerca.

Jon se detuvo, jadeando, y miró alrededor. El frío se filtraba por las grietas del techo. Su aliento salía en nubes breves y dolientes. Sabía que quedaba muy poco tiempo.

Ya no había profecía. No había Portadora de Luz. El Rey de la Noche había arrancado esa posibilidad. Jon ya no creía en destinos, ni en héroes. Solo en esto: una última oportunidad de hacer algo que importara.

—Arya… —murmuró, con voz ronca—. Revisa la salida.

Ella lo miró, frunciendo el ceño, desconfiada. Dudó. Pero obedeció. Caminó hasta la gran puerta de hierro, las bisagras cubiertas de escarcha. Probó la rendija con la daga, y la cerradura cedió. El hielo se quebró bajo su hoja.

—Todavía se abre —informó, sin girarse.

En ese mismo instante, Jon, con un esfuerzo brutal, la empujó con el hombro. Arya perdió el equilibrio y cruzó el umbral hacia el pasillo. Apenas sus pies tocaron el otro lado, él tiró de la pesada hoja de hierro y la cerró con un estrépito metálico.

Ella reaccionó de inmediato, golpeando la puerta con ambas manos, la respiración quebrada.

—¡No! —gritó, la voz cargada de furia, de terror—. ¡Jon!

Jon apoyó la frente en la rejilla del portón, sus dedos crispados en los barrotes.

—Tienes que irte —dijo, su aliento empañando el metal helado.

—¡No sin ti! —replicó Arya, con la voz rota—. ¡No me dejes aquí!

Jon cerró los ojos. Sentía la herida arder como fuego líquido. Sentía el frío reclamando cada rincón de su cuerpo. Pero nada dolía más que verla ahí, tan cerca, tan imposible de alcanzar.

—Arya… —susurró, apenas un aliento—. Tú aún puedes salvarte.

Ella negó con fuerza, los nudillos blancos sobre el hierro.

—¡No! No sin ti.

Jon alzó la vista hacia ella, y en sus ojos había rabia, miedo, pero también un amor feroz. Y él… él la miraba como si esa fuera la última imagen que quería grabar en su alma.

—Escúchame —dijo, firme—. Tú todavía tienes un futuro. Un largo camino. Pero solo si sales ahora.

—¿Y tú… qué? —preguntó Arya, temblando.

Jon esbozó una débil sonrisa.

—¿Recuerdas cuando te di a Aguja? —murmuró—. Lo hice para que aprendieras a pelear. Para que resistieras.

Hizo una pausa. Su voz se volvió más baja, más áspera.

—Ahora te doy algo más.
—Ahora te entrego lo que soy… para que tú vivas.

Arya notó cómo se le encogía el corazón. El aire se volvió espeso, casi imposible de tragar. Quiso responder, pero su garganta no encontró voz. Las lágrimas ardían, atrapadas entre sus pestañas y el frío que intentaba robárselas.

Del otro lado, Jon no dejaba de mirarla. No había miedo en sus ojos, pero sí un dolor tan hondo que ella sintió que la estaba desgarrando por dentro. Y detrás de ese dolor… estaba ella. Solo ella. Como si fuera lo único que aún le importaba.

Él acercó el rostro a la rejilla, el metal helado cortando la piel de su frente.

—No me hagas pedirlo otra vez.
—Vete.
—Corre.
—Vive.
—Por los dos.

Arya sintió que cada orden era un latido que se apagaba. Su respiración se volvió torpe, el pecho buscaba aire como si estuviera bajo el agua. Quiso decirle que no, que juntos podían luchar, que podían encontrar otra salida… pero lo vio. Lo vio en sus ojos: la decisión ya estaba tomada. No había espacio para súplicas.

Y eso dolía más que cualquier herida.

Ella lo odió en ese momento. Lo odió por decidir solo, por empujarla, por arrancarle la última oportunidad de pelear a su lado. Y lo amó con una fuerza tan brutal que le dolió en los huesos. Porque entendía. Porque él lo estaba dando todo, incluso lo que no tenía.

Sus dedos, entumecidos, resbalaron sobre el hierro, como si al soltarlo estuviera soltando a su hermano para siempre.

Jon seguía mirándola, y Arya supo —sin que él lo dijera— que esa era la última vez que vería esos ojos vivos. Y aun así, él le sonrió. Una sonrisa pequeña, cansada, rota… pero suya.

Y entonces lo oyeron.

Un crujido. No de escarcha, sino de pasos. Garras arrastrándose. Respiraciones que no eran humanas.

Las criaturas se acercaban.

Jon dio un paso atrás, hacia la oscuridad.

—Corre… —fue lo último que dijo.

Ella apoyó la frente en la rejilla, apretando los dientes mientras las lágrimas se congelaban en su rostro. Sus manos se aferraron al hierro… y luego lo soltaron.

Y corrió, no para escapar, sino para llevarlo consigo, a cada latido, para siempre.

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